jueves, 4 de octubre de 2012

Amores

Hubo una vez un anillo, sin compromiso; una princesa, sin sapo que besar; una estrella, sin titilar; un arcoiris, sin tesoro al final; un conejo, sin luna; una película, sin principio ni final; un sueño, sin dueño; un amor, sin medida; un atajo, sin destino y un destino sin camino.

Hubo una vez un sapo, que soñó con su princesa, tan linda ella que jamás lo querría besar, tan perseverante él que se juró que la iba a encontrar. Y así fue, tal y como lo platican los cuentos: la princesa tan hermosa, el sapo, tan verde. Se besaron y no fueron felices para siempre; fueron felices en ratitos, en otros tantos ni sabían si lo eran, pero sí, sí se amaron, tanto que a él se le quitó lo verde y la siguió amando cuando a ella se le quitó lo linda.

Hubo una vez un conejo, que soñó con estar en la luna, pero la luna tan soberbia se burló de él y de sus ganas, tanto que el conejo murió de tristeza, y la luna de tan triste, porque ya sabemos que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido, se enfermó y se apagó un poquito. ¿Han visto la silueta del conejo en ella? Pues no, no es un conejo, es la sombra de su alma que la abrazó al verla tan apagadita, y así, la luna al sentirlo pudo brillar otra vez y alumbrar a otros conejos... y jirafas, y gatos y hormigas y elefantes.

Hubo una vez una rata vieja, que era planchadora, pero esta rata era una experta y jamás se quemó ni un dedo ni la cola. La rata era tan vieja que ya hasta nietecitos tenía, ocho, a los que mantenía, porque para desgracia de todos en esta historia no había papás ni mamás, las tragedias de la vida. Para poderlos mantener, a los ocho, se la pasaba planchando ajeno, de a 5 pesos la pieza, y así fue como los ratoncitos pudieron ir a la escuela, y comer y crecer y amar gracias a su abuelita, la rata vieja que era planchadora. 

Hubo una vez un amor, tan grande...